5 de julio de 2016

El destino son tus brazos


Hace tiempo participé en un concurso organizado en un grupo de Facebook. La dinámica era sencilla. Propusieron una foto y esa foto "debía aparecer" en algún lugar del relato. El relato debía ser erótico (aunque con el protagonista elegido es fácil imaginarse algo erótico jur jur jur). Posteriormente organizaron otro y la temática debía ser romántica ya que era en fechas de San Valentín.

Yo tuve la suerte de ganar los dos. No porque fueran los mejores, ni muchísimo menos, ni porque yo sea escritora, dios me libre. Yo solamente intenté crear unas historias más o menos coherentes y más o menos sin faltas de ortografía (seguro que alguna hay). Y fueron los más votado. Quizás porque me conocían y les caía en gracia o quizás porque realmente fueron los que más les gustó. Eso nunca lo sabré. Del primer relato eran 3 capítulos. Aquí hoy os dejo el primero. Espero que os guste como para atreverme a publicar los dos siguientes.

CAPITULO 1


Abrí los ojos lentamente y el sol que inundaba la habitación hizo que los cerrase otra vez mientras un gemido de protesta se escapaba de mi garganta. El otoño había llegado con fuerza pero parecía que hoy nos iba a dar una tregua. Muy despacio intenté abrirlos de nuevo. Desde la cama vi el polvo en suspensión que se veía brillar con los destellos del sol en la contraluz de la ventana. Se movían constante pero lentamente, como con melancolía. Eso me recordaba perfectamente a mi estado de ánimo. En unas horas iba a coger un avión que me iba a alejar de allí para siempre. No volvería a ver el sol entrar por esa ventana, no volvería a oírle canturrear en la ducha mientras yo me desperezaba en esta misma cama, no volvería a despertarme con su aliento en mi nuca ni con sus besos dándome los mejores buenos días que se podían esperar. Había tomado una decisión. Los dos sabíamos que nuestra historia tenía fecha de caducidad. Y esa fecha estaba marcada hoy en el calendario. Volaba lejos empujada por una oferta laboral que no pude desestimar. Era el trabajo que siempre había soñado y por el cual había estado peleando durante muchos meses. Era la consagración a todas mis horas de estudio, de trabajo mal recompensado, de luchar desde abajo y poco a poco ir accediendo a escalafones más alto. En resumen era la oportunidad de mi vida y por supuesto no iba a dejarla escapar. A cambio debería instalarme a miles de kilómetros de aquí. En otro continente, con otras costumbres y sin él. Yo había tomado la decisión. Nada de obligaciones entre nosotros. Eramos libres. No podíamos seguir atándonos sin ni siquiera podíamos vernos ni tocarnos. Ninguna conversación telefónica, ninguna red social, podía suplir los besos y la pasión que nos dimos durante meses. Por ello lo mejor era despedirnos como buenos amigos y seguir cada uno con nuestra vida. Al principio parecía sencillo y fácil de hacer pero según fue transcurriendo el tiempo nos dimos cuenta que los sentimientos empezaban a aflorar y que ya no solo teníamos sexo del bueno. Pero había llegado el día y el momento. Sin despedidas melodramáticas, habíamos dicho. Nada de acompañarme al aeropuerto, había pedido yo. No queríamos miradas tristes ni silencios molestos. Nos despediremos a lo grande y con sexo del bueno, habíamos dicho varias veces riéndonos a carcajadas porque veíamos el día muy lejano. Pero había llegado. Y las carcajadas ya no se habían oído desde hacía unos días. Y el sexo había sido del bueno, como siempre, pero teñido de una necesidad y una urgencia que casi dolía.
Suavemente para no despertarle saqué mi cuerpo de la cálida cama y quedé sentada en el borde de ella, observando el pedacito de cielo azul que se colaba por la ventana y los balcones de las casas de enfrente. En ese momento sentí unos dedos en mi espalda. Fue una caricia muy sutil. Como el aleteo de una mariposa. Casi sin tocar mi piel, solo rozándola por encima. Pero fue suficiente para que se me erizase la piel. Para que sintiera un nudo en el estómago que me oprimía y me dejaba casi sin respiración. Mucha gente diría que eso era amor. Yo quería pensar que no lo era. Que simplemente era deseo. ¡¡Simplemente!!. Cerré los ojos intentando memorizar ese contacto. Quería que quedara grabado en mi piel. Quería un solo beso más, un solo gemido más, quería que nos volvieramos a unir formando una sola persona. Quería que la vida no fuera así. Quería no tener que elegir.
Suspiré y abrí los ojos cuando la caricia desapareció. Sin volver la cabeza atrás acabé de incorporarme de la cama para vestirme e irme.
Salí de la habitación sin mirarle, sin hablarle. Él tampoco lo hizo. Se mantuvo inmóvil mirando hacia ese pedacito de cielo que poco antes veía yo desde ese mismo sitio. Nunca más volveríamos a ver las mismas cosas. Veríamos el mismo cielo pero con distintas nubes.
Bajé las escaleras despacio, arrastrando los pies y mi cuerpo hacia la salida. En mi interior quizás quería oirle gritar mi nombre. Quizás quería que me detuviera, que me abrazase fuertemente y me dijera que no pasaba nada. Que todo seguiría igual. Pero nada de eso ocurrió. Apreté el pomo de la puerta y lo giré para enfrentarme al sol otoñal, mientras un suspiro salía de mi cuerpo. Caminé hacia mi coche que estaba aparcado justo enfrente. Al abrir la puerta para subirme en él, dirigí una última mirada a la casa en la que, ahora estaba segura, había sido inmensamente feliz. Y allí estaba él. 
 
Gandy llamándome...
Apoyado en la ventana, sin ni siquiera vestirse, tras esos cristales que dejaban pasar rayos de sol que iluminaban la habitación con colores de otoño. Era una visión casi divina. Era un Dios terrenal. Era el hombre que muchas mujeres quisieran tener en sus vidas y sobre todo en sus camas. Y allí estaba con la mirada fijada en mí, impertérrito.
Nuestras miradas se cruzaron. No podía ver mi mirada, pero sí podía ver la suya y tenía una mezcla de tristeza, melancolía y súplica. La mía no debía ser muy distinta. Se pasó la mano por el pelo nervioso, ansioso. Un nudo se instaló en mi garganta casi sin dejar pasar el aire para respirar. Me metí apresurada en el coche con la intención de alejarme lo antes posible de este lugar. Puse la llave en el contacto pero mi mano fue incapaz de girar la llave para que el coche arrancase. Seguía mirándome a través de la ventana. Yo no podía verlo pero podía sentir que así era. Me mordí el labio para intentar frenar el temblor que se había instalado en mi barbilla y que amenazaba con apoderse de mí y dar rienda suelta a las lágrimas que empezaban a acumularse en mis ojos.
- Mierda!! - el grito fue acompañado de un manotazo al volante.
Abrí la puerta y salí rápidamente del coche. Volví a dirigir la mirada hacia la ventana y, como había sospechado, allí seguía él. En cuanto me vio noté como su cuerpo se tensaba y apretaba los puños a los lados de su cuerpo. Durante unos segundos que me parecieron eternos, nos miramos fijamente, casi sin respirar. Estudiándonos como si fuera la primera vez que nos viéramos.
En su cara apareció una tímida sonrisa que fue el empujón que necesitaba para volver sobre mis pasos. Antes de alcanzar la acera de enfrente volví a mirar hacia la ventana y  estaba vacía. El no estaba ya en ella.
En ese momento la puerta de la casa se abrió y en el umbral apareció la mejor sonrisa que me hayan dedicado en toda mi vida. Aceleré mis pasos para llegar a mi metal lo antes posible, que no eran más que sus brazos. Nos dimos un beso inocente en los labios mientras nos uníamos en un  fuerte abrazo.  Me sentí segura de nuevo entre sus brazos. Me atrapaba y pegaba contra su cuerpo con tanta fuerza que casi me impedía respirar. Pero no me importó. Adoraba sus besos, adoraba sus abrazos, y me di cuenta que adoraba la vida junto a él.  Me aferré a él para disfrutar del abrazo sin hablar, sin decirnos nada. Escuchando solo nuestras respiraciones con mi cabeza apoyada en su pecho desnudo. Nos miramos y acercándonos nos volvimos a besar en los labios. Se separó un poco de mí y su mano comenzó a acariciar mi pelo.
- ¿Te quedas? su voz sonó suplicante, casi con miedo a la respuesta. Vi la ansiedad en sus ojos y en el gesto de su boca.
- No - dije bajando la mirada y acompañando la negación con un gesto de mi cabeza - no puedo hacerlo, esto es muy importante para mí, pero podemos intentar seguir adelante. Podemos intentar...
- Sí podemos hacerlo - me interrumpió cogiéndome la barbilla y depositando un dulce beso en mis labios.
Sonreí tranquila.
- Al fin y al cabo hay aviones que en unas horas nos desplazan de un lado a otro. 
- Si que los hay - susurró mientras su boca acariciaba mi cuello.
- Podemos organizarnos para vernos los fines de semana - Yo intentaba seguir con  mi  discurso de auto convencimiento de que todo iba a salir bien,   pero mi voz tembló al notar cómo me mordía el lóbulo de la oreja. 
- ¿Y me dejarás acompañarte al aeropuerto a despedirte? - una sonrisa picaruela e inocente apareció en su rostro.
- Lloraré. 
- Y yo beberé tus lágrimas con mis besos, hasta que no te quede una en este rostro - acompañó las palabras con una caricia con el dorso de su mano por toda mi mejilla.
Nos abrazamos otra vez y volvimos a besarnos en los labios, esta vez con mucha más ansia. Su boca se abrió dejando paso a su lengua que buscó la mía con celeridad y fiereza, explorando cada rincón de mi boca  y haciéndome vibrar entre sus brazos. Nos separamos unos centímetros con la respiración agitada y ahora fuí yo la que me lancé sobre su boca y la que se enzarzó en una pelea gloriosa con su lengua. Gruñó contra mi lengua mientras su mano derecha se enredó en mi pelo,  apretándome la cabeza contra su boca y la izquierda se apoderó de mi nalga y me apretó contra él. La poca ropa que llevaba encima no pueden disimular lo que era más que evidente.
En un rápido y entrenado gesto bajó la cremallera lateral de mi vestido y deslizó los tirantes por mis brazos haciendo que cayera entero al suelo entre nosotros. Con una patada lo apartó y me cogió entre sus brazos, elevándome el cuerpo pero también el alma y me aprisionó contra la pared más cercana volviéndome a besar con desesperación.  Yo no pude más que responder a ese beso con la misma urgencia y desesperación. Pasé mis piernas alrededor de su cintura para sujetarme y encontrar la estabilidad que preveía iba a necesitar. Noté su dedo acariciándome por encima del encaje de mis bragas. Gemí y apreté mis manos contra sus musculados hombros.   Eché todo lo que pude mi cabeza hacia atrás hasta chocar contra la pared, momento que aprovecho él para  devorarme un pecho.  Su lengua paseo por  encima del pezón sin apartar la suave  tela que lo recubría y que quedó empapada por su saliva.  Mi piel se estremeció y se erizó como si me hubiera dado un escalofrío. Deslizo los tirantes del sujetador por mis brazos sacando los pechos de las copas y  facilitándole el acceso a mi pezón, invitación que fue inmediatamente aceptada.  Lo lamió de nuevo y lo rodeó con su lengua casi sin rozarlo. Inmediatamente sentí sus dientes sobre él mordiéndolo, tirando de él. Agradecí estar apoyada contra la pared porque creí que de ser de otra manera, mis rodillas hubieran flaqueado y me hubiese caído. ¿Podía haber algo más placentero? Sí lo había y él me lo iba a demostrar.
Me apartó las  bragas casi con violencia y hundió un dedo en mi vagina. Dejé escapar un gemido mientras comenzaba a mover su dedo en mi interior. Una vez, dos, tres. Jadeo y arqueo mi cuerpo en busca de un contacto total. Mi clítoris  requiere ahora toda su atención y yo me retuerzo y clavo mis uñas en sus brazos. Se separa un poco de mi dejándome casi en el aire y baja su boxer hasta la altura de sus muslos dejando al descubierto su erección. Con las caderas me aprisionó contra la pared, me colocó para facilitar su entrada y sin más preámbulos me penetró con fuerza. Arqueé mi cuerpo para recibirlo por completo y cada empujón iba acompañado de un gemido mío y de un gruñido suyo.  Le besé el cuello, le mordisquee la oreja, le pasé la lengua por toda su mandíbula rascándome con su incipiente barba y llegué a su boca exigiendo que me besara y que me llenara con su lengua de la misma forma que me estaba llenando con su pene. Los empujones cada vez eran más rápidos, notaba como me llenaba completamente y como mi cuerpo empezaba a dejarse llevar sin poder ponerle freno. Una embestida salvaje me arrancó un grito. Otra más hizo que mi cuerpo comenzara a estremecerse. Con la tercera un orgasmo  demoledor sacudió mi cuerpo haciéndome explotar completamente mientras  gritaba su nombre, apretaba mis muslos contra su cintura hasta casi hacerme daño y  me dejaba casi inerte entre sus brazos mientras él seguía bombeando dentro de mí. No demoró mucho su orgasmo. En dos embestidas más se corrió dentro de mí mientras de su boca escapaba un gruñido. Quedó apoyado contra mi pecho mientras yo acariciaba su pelo intentando que nuestras agitadas respiraciones se relajaran. Pasados unos minutos en los que logramos contralar nuestras emociones, alzó su cabeza y me besó dulcemente en los labios. Me bajó al suelo y siguió regalándome pequeños besos por toda mi cara.
- ¿A que hora sale tu vuelo?
- En seis horas.
- ummm, todavía tenemos tiempo - susurró sensualmente a la vera de mi cuello.
- No, tengo que irme a casa - mi voz sonó segura.  Si dejaba que siguiera con sus planes era muy probable que perdiese el avión.
- Está bien. ¿Me dejarás acompañarte?
- Sí.
Y así fue como una sonrisa detrás de un cristal cambió todo lo que tenía previsto para hoy y,  quien sabe, si para el resto de mi vida

2 comentarios:

  1. Qué puedo decir que no te haya dicho otras veces. Sabes que me encanta como escribes o como "no escribes" según tu opinión.
    Lo voté en su momento y lo volvería a hacer y no porque me caigas bien, que es cierto, sino porque cuando un relato toca el alma es que es bueno.
    Besos preciosa.

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  2. Nena... Ya te lo he dicho 1 millón de veces y 1 millón más lo voy a decir. ME ENCANTAN TUS HISTORIAS!!! Me gustan porq son reales (pueden pasar.... bue a mi no y menos con éste prota precisamente). Quiero, nop, necesito el cap II!!

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