4 de septiembre de 2016

Capítulo 2 - La llegada




Se acabó el verano, volvemos a la rutina y hoy os dejo la continuación del relato publicado en julio. Espero que os guste.



Casi dos meses llevaba en esta ciudad. Casi dos meses desde que nos habíamos separado. Casi dos meses desde que nos habíamos despedido en el aeropuerto. Recordarlo todavía me angustiaba y las lágrimas volvían a llenar mis ojos. Como había pronosticado había llorado y como él había vaticinado bebió todas mis lágrimas con sus besos. Pero los besos se habían acabado y las lágrimas habían seguido. Seguían todos los días cuando terminaba su llamada por Skype y ya no me podía ver. Volvían a mí cuando por las noches me abrazaba a mi almohada y la olisqueaba en busca de un olor que había dejado a 7 horas de avión. Y seguían cada vez que escuchaba una canción que me recordaba a él. Y esas canciones como torturándome, se repetían una y otra vez en emisoras de radio en hilos musicales de comercios y hasta en el politono de algún móvil de alrededor. ¿O sería que todas las canciones decían algo que me recordaba a él o a nosotros? O sería simplemente que todo me recordaba a él?. Ilusa de mí me giraba cada vez que sonaba una voz masculina a mis espaldas con la esperanza de encontrarme con su sonrisa. Y una y otra vez me encontraba con sonrisas que no iban dirigidas a mí. Estaba siendo difícil. Nunca me lo había planteado de esta manera pero así estaba siendo. Yo la mujer independiente, segura de sí misma, controladora en todas sus relaciones, sentía mariposas en el estómago cada vez que llegaba la hora de su llamada, puntual todos los días durante casi dos meses. Sin faltar un solo día. Y me levantaba pendiente de mi whatsapp de buenos días desde el otro lado del océano. Yo la que se reía del amor y de las relaciones. La que pensaba que era solo sexo del bueno. Yo, la misma que ahora paseaba nerviosa por la sala de espera de la terminal de internacionales del aeropuerto sin quitar la vista de una pantalla que me dijera que su avión había tomado tierra. Habían caído los primeros copos de nieve y algunos vuelos habían sido desviados a otras ciudades. Con los dedos cruzados miraba fijamente la pantalla de vuelos mientras mentalmente empujaba el avión para que llegase más rápido. Cuando su número de vuelo apareció parpadeante indicando que había tomado tierra, me lancé hacía la puerta de salida. Me agarré con fuerza a la cinta que me impedía pasar e ir en su busca que al fin y al cabo era lo que realmente deseaba. La puerta automática se abrió y mi corazón latió desbocado. Por ella salió una chica que tendría poco más de veinte años y que fue recibida entre besos y abrazos por una pareja que estaba a mi lado y que probablemente fueran sus padres. Yo aproveché para, poniéndome de puntillas, otear a lo lejos a ver si veía venir una silueta conocida. La puerta se cerró y yo bajándome de nuevo sobre mis talones dejé escapar un suspiro de pura angustia. ¿Y si no venía? ¿Y si había perdido el vuelo? ¿Y si al final lo había pensado mejor y no había subido al avión? Lo último que supe de él es que iba camino del aeropuerto, pero no sabía si realmente venía o no en ese vuelo. Saqué mi móvil del bolso. Nada. Ningún mensaje. Me disponía a ser yo la que mandase el mensaje cuando la puerta volvió a abrirse. Levanté rápidamente la vista de la pantalla de mi móvil. Esta vez era una pareja con un bebé los que salían. Se les veía cara de cansados pero a la vez la felicidad era una constante en sus miradas. También fueron recibidos entre abrazos por unas personas que los esperaban.
Y entonces lo ví. A lo lejos. Con su caminar elegante y seguro. Casi irreconocible desde la distancia donde yo estaba, pero supe que era él. No estaría sintiendo todo esto si no fuera él. Solo su cercanía tenía el don de provocar que mis piernas se pusieran a temblar. Al cerrarse la puerta de nuevo tuve que controlarme para no saltar la cinta de seguridad. Inmediatamente la puerta se abrió de nuevo para dejar salir a los siguientes pasajeros. El levantó la mirada del suelo y nuestras miradas se encontraron otra vez desde hacía casi dos meses. Desde la última vez que se habían visto en otro aeropuerto y otro continente. 
 


Una sonrisa dibujó su cara y creo que no le dio tiempo a ver la mía antes de que la puerta se cerrase de nuevo. Intenté frenar con mi mirada el deslizarse de las puertas para que no se cerraran y no me privasen de su mirada ni de su sonrisa. Mi corazón no estaba desbocado, simplemente se había mudado de sitio y se había instalado en mi garganta. Mi respiración era acelerada en un mecanismo automático de defensa para no caer desmayada por hiperventilación.
Cuando, por fin, apareció por la puerta, mis piernas no me obedecieron y quedaron clavadas en el suelo mientras él sin dejar de mirarme ni sonreír, rodeó la cinta para ir a mi encuentro. De repente, mientras se acercaba con paso firme, recordé sus besos, sus caricias, la forma de decir mi nombre cuando hacíamos el amor y cuando quedaba poco menos de un metro para que llegase a mí me abalancé sobre sus brazos susurrando su nombre. Nos abrazamos sin decirnos una sola palabra. Apreté mi cuerpo contra el suyo aspirando su olor. Ese olor que reconocería entre mil y que había buscado entre mis sábanas las noches de mayor nostalgia. El me envolvió en un abrazó fuerte y protector, respirando entre mi pelo. No pude evitar estremecerme cuando pronunció mi nombre casi como una caricia sobre mi cabeza. Podía notar como las emociones nos embargaban a los dos. Lo supe cuando oí los potentes latidos de nuestros corazones casi latiendo acompasados, cuando noté su dedos fuertes apretando mi espalda como si no quisieran separarse jamás de ella. A nuestro alrededor la gente iba despejando la sala con sus respectivas alegrías y sueños mientras otras iban llegando en busca de las mismas emociones que viajaban en el próximo avión que aterrizaría. Bajando las manos hasta mi cintura aflojó un poco el abrazo y me elevó hasta dejarme a la misma altura que él. Apoyé mis manos en sus hombros intentando no escurrirme entre sus brazos y nuestros ojos quedaron enfrentados diciéndose tantas cosas en silencio, llenos de promesas y buenos deseos.
Con la punta de su nariz acarició mi mejilla y yo cerré los ojos para disfrutar más intensamente de esa leve caricia.
Su boca se acopló perfectamente a la mía en un beso dulce y lento. Nuestros labios se apretaban y se aflojaban y se volvían a acoplar avivando el estímulo y haciendo que el beso fuese cada vez más intenso y osado. Crucé mis manos por detrás de su nuca aprovechando para acariciar su pelo. Nuestras lenguas comenzaron a buscarse profundizando el beso y yo solo me dejaba arrastrar por todas estas sensaciones que volvían a recorrer mi cuerpo. Noté su lengua cálida y suave pasearse por mi boca recorriéndola entera a su antojo, volviendo a adueñarse de todos los recovecos que habían estado deshabitados todo este tiempo. Mordió mi labio inferior como si fuese una fruta fresca y él estuviera necesitado de su frescura. Yo seguía suspendida en el aire sujeta por sus brazos e incapaz de hacer cualquier movimiento o pronunciar cualquier palabra. Noté como sus labios abandonaban los míos y abrí los ojos como señal de protesta por cortar todas esas sensaciones que me estaba proporcionando con su beso. Apenas se separó unos centímetros de mi boca y podía seguir sintiendo el calor de su aliento sobre ella. Apoyé mi frente en la suya mientras mis dedos jugaban con sus rizos.
- Bienvenido
- Gracias. Tengo la sensación de que por fin he llegado a casa.
- Déjame que te lleve.