24 de marzo de 2020

Cuando un beso nos puede matar






Nos creíamos felices por tener la última blusa de esa instagramer tan famosa o por haber realizado el viaje soñado.
Nosotros que estábamos empeñados en suplir el tiempo que nos faltaba con grandes coches, buenas casas y prendas caras.

Y ahora la vida nos da una bofetada con la mano abierta y nos demuestra que lo realmente importante son cosas que no se pueden comprar. Ahora los grandes coches están en los garajes sin poder usarse, estamos deseando salir de casa y el único desafío de estilismo es pensar si hoy te pones el chándal gris o el pijama azul. 

Ahora que lo que nos sobra es tiempo,  no podemos compartirlo con los nuestros. Y nos damos cuenta que lo realmente necesario para ser feliz es poder compartir,  abrazar y besar a tus padres o abuelos. A tu gente. Y esto, lo más esencial, nos lo han prohibido.

No puedes abrazar a tu madre aunque veas el  miedo y la incertidumbre en sus ojos. 
No puedes besar a tu abuelo aunque hoy haya empezado a respirar mal. 
No puedes acompañar a tu padre en la habitación de un hospital porque esa compañía puede ser letal para él.  

Todo esto nos está viniendo bien para saber que la vida se sigue moviendo por sentimientos y emociones. Sin dinero por el medio y sin importar si tu estatus es grande o pequeño. Todos estamos inmersos en este problema y de todos es necesario el esfuerzo para salir de el.

Y nos emocionamos al ver a los médicos aplaudir a un paciente al que le han quitado el respirador, aunque, lógicamente, no conozcamos de  nada al paciente. 
Rompemos a llorar cuando vemos que a las familias les entregan a sus seres queridos en una caja, sin una despedida, sin haber estado con ellos en este duro trance.
Descubrimos a nuestros vecinos, esos grandes desconocidos con los que convives pero no sabes nada de ellos. Y todos los días a las 20:00 sales a tu ventana  para volver a emocionarte y aplaudir por todos. Incluso por ti. 

Y volvemos a ser solidarios. A pensar en el que realmente lo necesita antes que en nosotros. Y todos intentamos aportar nuestro granito de arena en mayor o menor medida. Unos quedándose en casa, otros trayendo la compra a esa octogenaria que vive en tu mismo edificio para evitar que ella salga y pueda enfermar; haciendo mascarillas con sábanas de ajuar viejas o inventado juegos para entretener a los más peques de la casa. Todo es válido en este momento. 


Un ser inerte y microscópico nos ha obligado a tirar de freno de mano y todo se ha parado. Se han parado las jornadas interminables de trabajo, se ha parado el andar corriendo de un lado para otro todo el día, se ha parado la desidia con nuestros mayores. Nosotros que nos creíamos invencibles y llevábamos la capa de Superman o Superwoman todo el día puesta. A nosotros que no tenía el día bastantes horas para hacer todo lo que queríamos. Ahora las horas nos sobran y pagaríamos por un paseo al lado del mar o por la paella del Domingo en casa de tus padres, suegros o abuelos. Un "bicho" nos ha demostrado que no teníamos ni idea de lo que significa la vida. El mismo bicho que nos impide abrazar y besar a los nuestros. Porque también nos ha obligado a parar los abrazos. Y eso es lo peor de todo. Ese gesto gratuito y necesario es lo que más echamos de menos.

Y aunque estemos tirando de las nuevas tecnologías (benditas máquinas)  y nuestros mayores hayan tenido que dar un curso express de vídeo llamadas, los besos que tiramos a la pantalla nunca tendrán la calidez y el olor de la piel de nuestra madre. 

#todo va a salir bien. Por supuesto,  pero ojalá nunca olvidemos esto  y demos importancia a las cosas realmente importantes.
Aunque mucho me temo que en poco tiempo seguiremos gastando nuestro tiempo en cosas superfluas e insignificantes. Y nos creeremos de nuevo felices e invencibles. 

Abracemos, besemos, compartamos y por supuesto vivamos.